Por José Martín Maturana
Psicólogo y académico de la Universidad Central
Ser feliz se ha vuelto un apremio, difundido por la globalización y la inmediatez. Se busca provocar al lector, en el sentido de movilizar las nociones que existen sobre la felicidad y como la significamos en nuestro día a día. A su vez, generar reflexión sobre esta palabra que está tan presente en nuestra sociedad, pero que es muy distinto para cada persona. Un intento por poner en cuestión una construcción generalista de la felicidad o una construcción pre-fijada donde se mira parcialmente un fenómeno complejo, despojándolo de todas sus aristas.
En esta línea nos parece familiar frases como ¿por qué no eres feliz si lo tienes todo? Me imagino se vendrán a la mente más frases similares, las cuales se hacen incómodas, hostiles e irrespetuosas para quien está arreglándoselas con el dolor o el peso de la vida. Este mensaje o presión social, pareciese eliminar o suprimir cualquier expresión que vaya en contra de la felicidad, algo muy propio de los totalitarismos.
¿Qué características de nuestra sociedad alimentan aquel totalitarismo? una sociedad orientada al éxito, donde lo importante es alcanzar la meta u objetivo, sea en el plano profesional, deportivo, académico, etc. dejando de lado el camino, las decisiones y la aprobación personal para realizar lo que yo considero importante en mi vida. Esta lectura social posiciona el valor en la funcionalidad, transformándonos en objetos o máquinas despojados de nuestra humanidad. “Productividad”, “eficiencia”, “competencia”, “carrera profesional”, “crecimiento económico”, conceptos que tiñen de alguna forma el estilo de vida actual, donde muchas veces somos una pieza de esta gran máquina, presionados a darle cuerda con nuestras acciones.
En la sociedad orientada al éxito, se promueve el “valor para otros” y “valor de uso” sustituyendo el valor personal, lo que nos hace únicos en cada situación. Esta forma de vida, nos lleva muchas veces a modos de existir vacíos o carentes de valor, provocando cansancio, desgano, sensación de peso, entre muchas otras. Estos condicionamientos sociales muchas veces son potenciados por la publicidad y las redes sociales, donde la felicidad llega a su máxima caricatura. Abundancia de sonrisas, personas felices y ausencia de dificultades.
La crítica a la lectura social de la felicidad, busca traer de vuelta la construcción propia de la felicidad, donde el dolor y sufrimiento también sean legitimados como parte de la vida. Una invitación a permitirse la cercanía al dolor y sufrimiento, ya que la negación de éstos no nos permite seguir desarrollándonos en nuestras vidas. Por ejemplo, al terminar una relación de pareja o ante un fallecimiento de un familiar es natural el retraimiento, el sentir que algo/alguien ya no está y que duele porque nos cuesta aceptar, soltar y permitirnos sentir. Nuestra confianza en el mundo y las regularidades es conmocionada por la vida, pero el dolor también puede ser genuino y fortalecedor si lo tomamos con apertura.
Es una invitación a reflexionar sobre aquello que llamamos felicidad, retomando el valor de cuando la vida se vuelve estrecha y pesada, porque el dolor también es parte de la vida y nos permite que la alegría y felicidad sea más genuina, porque conocemos sus contrastes. No ser conscientes de esto sería como dice el filósofo Sartre un “acto de mala fe”, una renuncia a la libertad de tomar la vida en nuestras manos y decidir qué hacer con ella…