Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, Escritor e Investigador (UACh)
“La ansiedad con miedo y el miedo con ansiedad contribuyen a robarle al ser humano sus cualidades más esenciales” (Konrad Lorenz, etólogo y ganador del Premio Nobel de Medicina)
Son pocas las personas que se “escapan” de haber experimentado alguna vez ansiedad, miedo, temor o, incluso, pánico declarado ante la presencia de una araña que sale de improviso detrás de un libro que hemos tomado de un estante, o ante una serpiente que se nos cruza inesperadamente en el campo, o frente a la aparición de un perro agresivo y que nos ladra de forma amenazadora o cuando estamos parados frente un grupo grande de personas que nos están observando fijamente.
El grave problema radica, cuando estos miedos y temores se convierten en una suerte de vivencias crónicas y con carácter irracional. Cuando éste es el caso, entonces estamos frente a un trastorno psicológico denominado FOBIA, configurando un cuadro que incluye ansiedad, terror, pánico incontrolable, transpiración helada, palpitaciones y taquicardia y una angustia de tal magnitud que al sujeto fóbico le parece que se va a morir en ese mismo instante.
Todas las investigaciones coinciden en que el grupo humano más afectado por las fobias son las mujeres. Sin embargo, estos mismos estudios indican que el sexo masculino también sufre de diversos tipos de fobias, aún cuando en un menor porcentaje.
Si tomamos el caso específico de la FOBIA SOCIAL, muy pronto se advierte que éste es un trastorno psiquiátrico muy frecuente en la población y que provoca en quienes la padecen una incapacidad de carácter severo. La fobia social se caracteriza por la presencia de un miedo persistente e irracional, con deseos compulsivos de evitar a toda costa aquellas situaciones o eventos en los que el sujeto se expone a ser observado por los demás, sin que importe mucho de quienes se trate. El gran miedo de los fóbicos sociales es actuar de manera embarazosa, vergonzosa y humillante. Estas personas, por ejemplo, no soportan la idea de hablar en público y de estar siendo observados, en que las “meteduras de pata” (o gaffes) son experimentados por la persona con mucha tristeza y vergüenza, transformándose en pensamientos obsesivos, invasivos y recurrentes, a tal punto, que la sola posibilidad de asistir o participar en un evento de tipo social, casi siempre conducen al individuo a una crisis de ansiedad. Su “mantra” personal es: “¡Voy a hacer el ridículo!”.
Jerilyn Ross, una de las psicoterapeutas más reconocidas en el ámbito de los desórdenes ansiosos –fallecida hace algunos años atrás–, determinó en sus investigaciones que entre un 5% y un 8% de la población mundial vivía su propio “infierno particular” por su miedo excesivo a tener que enfrentar situaciones de tipo social. Ella misma decía recibir más de 50 mil cartas cada año de parte de personas de distintos estratos sociales y sexo, solicitando ayuda por sufrir de fobia social. En estricto rigor, este trastorno estaría representando la tercera condición psiquiátrica más común en muchos países del mundo, aún cuando, en ocasiones, se lo confunde con la timidez.
Por su parte, otro experto en este tipo de desórdenes, el Dr. David Nutt, psiquiatra británico de las Universidades de Bristol, Oxford y Cambridge, asegura que la fobia social, conduce a otras fobias aún más graves, tales como la agorafobia, es decir, un temor irracional a los espacios abiertos, un trastorno que, en muchos casos, obliga a las personas que lo padecen a recluirse casi de por vida en las cuatro paredes de sus casas, sin posibilidad alguna de salir fuera de su hogar. Las fobias también pueden conducir a una persona a experimentar una depresión mayor.
Es tal el sentido de angustia que experimentan las personas afectadas por este tipo de trastorno, que los fóbicos sociales, por ejemplo, recurren con mucha frecuencia a las drogas y al consumo de alcohol para efectos de aliviar su angustia y manejar sus miedos. Lo más grave del tema, es que estos sujetos tienen una probabilidad dos veces mayor de suicidarse, que la población general.
Ahora bien, ¿es posible experimentar terror a la nada misma? Pues bien, aunque parezca increíble, la experiencia y las investigaciones demuestran que esta situación sí es posible. Cuando uno analiza el significado del concepto “fobia”, pronto descubre, que este concepto se deriva de la palabra griega “Phobos” que significa “temor”, “miedo”, en función de lo cual, se podría definir a las fobias como aquellos cuadros de intensa angustia y de miedo irracional antes ciertos estímulos específicos que, objetivamente, no representan peligro alguno para la integridad o seguridad de una determinada persona.
En este sentido, existen múltiples y distintos tipos de fobias, obligando a muchas personas a “convivir” con su fobia, a llevarla a cuestas consigo y asumirla como parte de su vida normal, es decir, un verdadero calvario personal. Así por ejemplo, tenemos personas que sufren de aracnofobia, es decir, se “espantan”, se descontrolan y pueden hacer un gran escándalo frente a la presencia de una inofensiva araña; hay otros sujetos que prefieren subir diez pisos a pie antes que entrar en un ascensor, en cuyo caso hablamos de claustrofobia, o miedo a los espacios cerrados; hay otras personas que sufren de gefirofobia y a las cuales les resulta imposible cruzar un puente, prefieren devolverse y buscar otra alternativa antes que intentar cruzarlo; hay quienes sufren de eritrofobia, es decir, un miedo patológico a ruborizarse y que, justamente, son sujetos que no pueden evitar ruborizarse al máximo ante una persona que les dirige la palabra o que les hace una simple pregunta; hay individuos que sufren de ictiofobia, es decir, miedo a ver o tocar un pez; también están los sujetos hematofóbicos, es decir, individuos a quienes les resulta insoportable ver sangre o estar frente a una herida que sangra; incluso hay sujetos que sufren de filematofobia, es decir, una fobia irracional a los besos, un trastorno de ansiedad que produce mucho malestar personal y que termina dañando de manera irremediable las relaciones de pareja. También hay fobias como: la emetofobia o temor irracional al vómito, a la acción de vomitar o a ver a otra persona vomitando; carcinofobia, es decir, miedo exagerado a contraer cáncer; nictofobia o miedo irracional a la noche o a la oscuridad; dermatopatofobia, a saber, el miedo a contagiarse enfermedades de la piel como infecciones o erupciones, etc.
De manera resumida, se puede señalar, que las fobias tienen cuatro características muy definidas: (a) la reacción frente al estímulo es completamente desproporcionada, (b) no tienen una explicación que pudiera considerarse “lógica”, (c) es un trastorno que está totalmente fuera del control voluntario de la persona, (d) provoca la evitación compulsiva de todo aquel estímulo que cause la fobia.
En su calidad de trastorno psicológico, las fobias, con frecuencia se asocian a los ataques de pánico. Por ejemplo, si tenemos a un sujeto que sufre de agorafobia (o miedo a los espacios abiertos), a esta persona le resulta imposible asistir a un estadio para ver un partido de fútbol, y si osara hacerlo, se expone a sufrir un probable ataque de angustia o crisis de pánico. Este ataque, aunque breve, se caracteriza por la presencia de una angustia invalidante que hace que el sujeto comience a pensar en que se va a morir, empieza a experimentar palpitaciones, sudoración excesiva, sufre una sensación de ahogo y otros síntomas que pueden ser muy desagradables.
Señalemos de pasada, que las fobias no siempre tienen un origen genético, ya que, cuando las fobias son del tipo “puro”, es decir que se presentan como una enfermedad, la etiología –u origen– a la base es el condicionamiento. Si se toma, por ejemplo, la fobia a los ascensores, el miedo a este artefacto mecánico puedo haber nacido a causa de una mala experiencia infantil de haber quedado atrapado en un ascensor, y que quedó grabado a sangre y fuego en su inconsciente.
En relación con el factor genético, algunas fobias están directamente asociadas a un trastorno psiquiátrico del tipo obsesivo-compulsivo, el cual sí tiene un componente hereditario o genético. Estas personas presentan una gran fobia al desorden, a la suciedad y a la falta de higiene. Hay personas que al sufrir este tipo de trastorno se ven obligadas a lavarse las manos 10, 15 y hasta 20 veces al día, terminando por sufrir sangramientos o severos daños a la piel de sus manos y cuerpo, en general.
Digamos finalmente, que hoy existen buenas noticias para aquellas personas que sufren de algún tipo de trastorno fóbico y que corresponde a tratamientos que han dado buenos resultados. Por una parte, están los tratamientos con cierto tipo de fármacos con un buen porcentaje de éxito final. Sin embargo, los mejores resultados se obtienen, cuando dicho tratamiento farmacológico se asocia con la psicoterapia. En este sentido, la terapia psicológica más efectiva en el tratamiento de las fobias, es la terapia cognitiva conductual, así como las llamadas técnicas de desensibilización sistemática (o progresiva), las que conducen a los pacientes a perder, paso a paso y de forma progresiva, el terror irracional que un tiempo atrás los embargaba ante ciertos estímulos inofensivos, pero altamente atemorizantes para ellos.