Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)
Sepa usted que los triunfadores y personas exitosas del siglo XXI no serán aquellas personas con el coeficiente intelectual más alto, que ostenten el currículum más abultado, que tengan el mejor aspecto físico o que hablen varios idiomas.
De acuerdo con Daniel Goleman y Howard Gardner –considerados los padres de “la Inteligencia Emocional” y de las “Inteligencias Múltiples”– los verdaderos triunfadores serán aquellas personas, quienes además de ser inteligentes, tengan desarrollada su capacidad para controlar sus impulsos, muestren automotivación, templanza, perseverancia, capacidad para entusiasmarse –y entusiasmar a otros–, y también, algo de simpatía.
En síntesis: el éxito de las personas en la vida, sea que hablemos del ámbito laboral, social e incluso, familiar, dependerá directamente del nivel de inteligencia emocional (I.E.) que haya desarrollado y alcanzado un individuo, a saber:
- De la capacidad para reconocer y gobernar las propias emociones y asignarles el rol adecuado en cada situación de vida con la que se enfrente el sujeto, ya sea con uno mismo y/o con los demás.
- De poner amor, pasión y entusiasmo en aquello que hace.
- De tener la fuerza de voluntad y de ser perseverante en los objetivos que se haya propuesto alcanzar.
- De su capacidad para actuar de forma ética y en favor del bien común.
- De la habilidad para poner en su justo equilibrio a la cabeza y el corazón.
En relación con este último aspecto, el genial matemático, físico y filósofo de origen francés del siglo XVII, Blaise Pascal, aseguraba que “El corazón tenía razones que la razón desconocía”.
En este sentido, queda claro que caer en el “extremo de la razón o en el extremo de las pasiones”, no trae ningún beneficio para las personas, por cuanto, ha sido demostrado que si las reacciones de los seres humanos se basaran, exclusivamente, en las emociones y en la pasión sin control, los resultados tenderían a ser negativos, cuando no catastróficos.
Por otra parte, frente a la “dictadura del coeficiente intelectual”, el secreto del éxito de una persona –especialmente si hablamos de quienes quieren actuar como líderes– está en la capacidad para aprender a valorar y a gobernar las propias emociones y, por cierto, de ser capaces de reconocer y gestionar de manera apropiada las emociones de los demás. A estos últimos sujetos se los llama los “atletas corporativos emocionales”.
Las razones que nos permiten comprender y explicar esta nueva realidad son muy simples: la era del directivo –o ejecutivo– agresivo, violento y tóxico está muerta y enterrada. Hoy en día, quienes tienen la mano ganadora son aquellos líderes que:
- Saben motivar a sus colaboradores y que son capaces de implicar a su gente en una meta común, por cuanto, un verdadero líder lo que hace es inspirar y motivar a sus seguidores con la finalidad de lograr el objetivo común.
- Estas personas no despiertan odio, resentimiento ni miedo en la gente, sino que, por el contrario, buscan que las personas desarrollen un sentimiento de seguridad, confianza, orgullo y satisfacción por lo que hacen.
- Los individuos con I.E. lo que hacen es escuchar con atención y en forma activa, buscando comprender el punto de vista del colaborador o de la persona que tiene al frente, poniendo en práctica uno de los componentes esenciales de la I.E., a saber, la empatía, es decir buscar comprender las emociones del otro.
Lo anterior, no significa que los líderes con I.E. evitan el uso de una postura firme y decidida, si ésta es necesaria, ya que los líderes eficaces, autoconscientes y automotivados, lo que hacen es preocuparse de mantener una relación que sea armónica y equilibrada con las personas que están bajo sus órdenes, y esto, en función de un argumento muy sencillo: porque dichos líderes dependen de sus trabajadores –y de su actitud colaborativa– para llevar adelante y a buen término el trabajo o la meta conjunta.
Para efectos de lograr un resultado positivo, la mejor estrategia que puede utilizarse, es mantener unas relaciones interpersonales que sean cálidas y que estén basadas en un principio fundamental: el respeto por el otro, antes que pretender alcanzar metas comunes por intermedio de la imposición de relaciones interpersonales autoritarias, frías, agresivas y/o violentas.
Digamos, finalmente, que la Inteligencia Emocional no es una “cosa”, ni tampoco es una “cifra”, como sí lo es en el caso del Coeficiente Intelectual, sino que corresponde a un “perfil” que incluye una serie de factores, entre los cuales podemos señalar los siguientes: la capacidad de conocerse a sí mismo y de saber lo que siente en su interior; tener un dominio y control de las emociones e impulsos, algo que si no está presente dificulta o interfiere gravemente en lo que se está haciendo; experimentar empatía, es decir, identificar, conocer, comprender y respetar aquello que sienten los demás; tener aptitudes sociales, una cualidad que corresponde a la habilidad para moverse en forma adecuada –y sin dobles intenciones o agendas ocultas– en las relaciones humanas y, finalmente, ser capaces de trabajar en forma colaborativa con las demás personas, respetando el trabajo en equipo.
Por lo tanto, tenga usted muy presente, que si le falta alguno de estos elementos, jamás podrá asegurar que usted “es una persona con Inteligencia Emocional”.