Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, Escritor e Investigador (PUC-UACh)
“Los mitos tienen más poder que la realidad” (Albert Camus, novelista, dramaturgo y filósofo francés).
Una investigación realizada en Estados Unidos, donde se entrevistó a más de 1.000 padres con hijos de entre 12 y los 30 años viviendo en el hogar de los papás, así como a más de 500 niños de otras familias, reveló una serie de datos e información relevante que no dejaron de llamar la atención del grupo investigador.
Entre otros datos obtenidos de las entrevistas, surgieron declaraciones llamativas, tales como: “Ser un padre/una madre cómplice del hijo o de la hija”, “Ser un padre compinche y amigo que deja hacer al niño o niña todo lo que quiera hacer”, “Llevar regalos a los hijos, simplemente porque a los padres se les ocurrió que podrían querer el último juego de PC”, “Comprar todo aquello que el niño quiere o desea”.
Si bien, estas declaraciones pareciera que surgieron de la mente algo afiebrada de un menor que sueña con imposibles, la radiografía obtenida del estudio indica que todos estos anhelos y deseos no son de los hijos, sino que, exclusivamente, de los padres, donde estos últimos pareciera que se ciegan ante el amor filial, y terminan confundiendo el “amor hacia los hijos” con la “amistad con los hijos”, en que los padres quieren ponerse a la par y de “tú a tú” con estos chicos, diluyéndose –por causa de este ilusorio deseo–, el necesario respeto que debe exigirse a los hijos hacia la figura de autoridad paterna. Lo más contradictorio de este asunto, es que los niños, lo que decían necesitar, era “un papá” y “una mamá” a su lado, y no padres que buscaban ser amigos de sus hijos. Es más: recuerdo el caso de una adolescente de 16 años, con un hijo de un año y con diversos problemas de conducta que atendí en mi consulta, quién me señaló en forma textual: “Me habría gustado mucho que mi madre me hubiera dicho “¡No!” a mis exigencias mucho más a menudo”. Así que quienes son padres, tengan siempre presente que un “¡No, es un no!”, sin que importen las caritas seductoras y tiernas que pongan, las amenazas, las pataletas o la manipulación que hagan sus hijos para obtener lo que quieren.
Por otra parte, el profesor Barnaby Lenon, de origen inglés, con más de 30 años de experiencia como educador, maestro y autor de varios libros, aseguró en una de sus obras publicada en el año 2017, que “lospadres modernos le están causando mucho daño a sus hijos al tratar de ser sus mejores amigos”, ya que esto los conduce a mimar y consentir en exceso a dichos hijos, con consecuencias que, a fin de cuentas, pueden ser desastrosas.
A continuación analizaré algunos de los resultados de las entrevistas que se realizaron a padres e hijos:
- El 43% de los padres entrevistados en el estudio afirmó que deseaba ser el “mejor amigo/a” o “compinche” de su hijo/a.
- El 40% de los padres estaría dispuesto a comprarle a su hijo/a cualquier cosa que éstos le pidieran, si el papá o la mamá tuvieran los medios suficientes para adquirir lo solicitado por sus hijos.
- El 73% de los padres señaló que la última compra que habían hecho para sus hijos, fue algo que ellos pensaron que los niños habrían querido tener, pero que éstos nunca se lo habían pedido.
Lo más sorprendente, es lo que aconteció con los hijos:
- Tan sólo el 28% de los niños y adolescentes encuestados por los investigadores, aseguró que él/ella intentaría, a su vez, ser el “mejor amigo/a” de sus propios hijos.
- Sólo un 10% de los niños y adolescentes señaló que ellos le comprarían a sus hijos todo lo que éstos desearan.
Como se podrá advertir, las respuestas de los niños y adolescentes encuestados dan claramente por tierra con algunos de los mitos, ideas falsas o preconcebidas que algunos padres se hacen en relación con los supuestos deseos y anhelos de sus hijos. De ahí surgen también las falacias, es decir, aquellos argumentos que parecen válidos, pero que, en realidad, no lo son.
Todas las investigaciones al respecto de la idea del padre o de la madre de querer ser “el mejor amigo o amiga” de sus hijos, han demostrado que los resultados que se obtienen no siempre resultan ser positivos. Peor aún: las “buenas intenciones” de los padres lo que logran, es tener un impacto negativo en los hijos. Revisemos algunas verdades:
- Aquellos padres que buscan ser los “mejores amigos” y “compinches” de sus hijos tienden a no establecer reglas y límites apropiados de conducta. Tampoco les entregan a sus hijos una guía acerca de las cosas que pueden o no hacer, con lo cual, el impacto que este tipo de conducta tiene en los niños, es nefasto.
- Los menores –tanto los más pequeños, como así también los adolescentes– necesitan tener y desarrollar normas claras de comportamiento. Requieren, asimismo, de una figura de autoridad que los oriente, al mismo tiempo que los discipline y les entregue protección.
- Los padres tienden a confundir la idea de “autoridad”, con la imagen o noción de un “padre castigador”, y lo uno no tiene absolutamente nada que ver con lo otro.
- La “autoridad” paterna-materna tiene un rol muy claro: implica ser un referente, un ejemplo y una fuente de orientación en la vida del menor. En este sentido, el sendero a recorrer requiere del establecimiento de normas, reglas y límites, lo cual, por cierto, puede ser realizado con mucho cariño, afecto y a través de una buena comunicación. (Los padres/madres “liberales” que quieren ser amigos de sus hijos, lo que hacen, en realidad, es traspasar la autoridad parental a los hijos).
- Los peligros que encierra el querer ser un “padre amigo/amiga de su hijos” es que produce niños, que luego como adultos, no saben acatar –ni tampoco respetar– las reglas y las normas sociales, así como la autoridad de otras personas, ya que lo que tienen in mente es un solo objetivo aprendido de sus “padres-compinches”: satisfacer sus necesidades a toda costa y a como dé lugar, aún cuando ello conduzca a la transgresión de las normas y al uso de la violencia.
- El deseo de los padres de ser “amigos de sus hijos” refleja, en el fondo, el secreto anhelo de evitarse los distintos problemas, dificultades y conflictos que implica el proceso de crianza, ya que resulta mucho más cómodo para los padres ponerse de igual a igual con los hijos, que tratar de imponer su autoridad y, a causa de ello, exponerse a los reclamos, las pataletas y las quejas de los hijos, por la exigencia de los padres de respetar ciertas reglas y normas básicas de conducta.
Por otra parte, las largas y extenuantes horas laborales que los padres pasan lejos de casa, conducen a algunos de ellos a llegar al hogar con algún regalo que aligere –o suavice– un poco el sentimiento de culpa por no pasar más tiempo con sus hijos, o bien, el deseo interno de satisfacer sus propios anhelos de aquello que les habría gustado haber vivido o experimentado en su infancia.
Otro dato llamativo que surgió de este estudio, es que aquellos papás que se decían “compinches de sus hijos” les contaban a los niños todos los problemas que tenían con sus jefes y colegas de trabajo, lo cual, implicaba entregar más información, emociones y sentimientos de frustración personal a un niño, de los que éste necesita.
Asimismo, se detectó que algunos de los hijos –ya adultos– que continuaban viviendo con sus “padres-amigos” jamás habían pagado alguna cuenta, ni siquiera habían comprado algo como un aporte al hogar. Uno de estos hijos adultos afirmó, incluso: “¡Mamá lo hace todo por mí!”.
Si traducimos lo anterior a aquello que advertimos, hoy en día, nos damos cuenta que estamos viendo, cada vez más a menudo, a jóvenes que no colaboran ni hacen ningún aporte al hogar familiar. Son menores que imponen sus “propias reglas”, son los que mandan en casa (y a sus padres), son los que llevan –por decirlo de algún modo– la batuta en casa.
El mensaje que están transmitiendo algunos de estos padres que quieren ser amigos de sus hijos es, en realidad, un mensaje no tan sólo falso, sino que también nefasto, a saber: 1. La vida no puede –ni debe– entregarle al niño frustraciones de algún tipo. 2. Los deseos hay que satisfacerlos a como dé lugar. 3. Nada puede serle negado al niño.
Finalmente, lo que los estudios revelan, es que como resultado de este ilusorio deseo de los padres de ser “amigos”, “cómplices”, “confidentes” y “compinches” de sus hijos, es tener niños rodeados de muchos objetos, regalos y cosas materiales, pero sin que tengan a su lado a una persona que los contenga, los forme, los guíe y los discipline. Muchos de estos hijos se transforman en verdaderos “reyezuelos malcriados”, hedonistas y egocéntricos, afectados por el “síndrome del emperador”, cuyo único pensamiento rector es: “¿cómo satisfago mis propias necesidades y mis deseos particulares?”. Todo lo anterior, sin que les importe el dolor y el daño que puedan estar causando a otros, incluyendo a los propios padres.
En rigor, muchos de aquellos padres que una vez quisieron ser “amigos de sus hijos”, se transforman ahora, en las víctimas propicias de los pequeños monstruos que ellos mismos crearon, y que terminan siendo insultados, maltratados y golpeados por sus propios hijos.