Por Ariel Rosales Ubeda
Académico y doctorando en sociología, U. San Sebastián
En el contexto sanitario actual, el diagnóstico socio-económico es complejo de visualizar. Se observan ollas comunes, manifestaciones por falta de alimentos, aumento del desempleo, inseguridad laboral, entre otras situaciones, que anuncian una única situación: el acelerado empobrecimiento de la población.
El aumento de cuarentenas que imposibilitan el desarrollo de labores económicas informales y el cierre de empresas de mediana y baja escala, ha generado una serie de efectos nocivos para la vida de muchas personas que exceden las miradas bajo las cuales se ha estado definiendo lo sucedido.
En este escenario no sólo se hace evidente el aumento de la pobreza medida por ingresos, sino que también es esperable el incremento de la pobreza multidimensional, la cual refiere al acceso a servicios sociales así como a temas de seguridad, oportunidades, apoyo, participación y cohesión social. De este modo, sin querer minimizar la trascendencia de las condiciones necesarias para la sobrevivencia, como la alimentación, la idea es que tengamos mayor amplitud al momento de analizar el empobrecimiento de la población en nuestro país.
A corto plazo, los cambios en la economía no sólo han profundizado la situación de aquellos que hasta antes de la crisis actual ya estaban bajo la línea de la pobreza, sino que también han pauperizado la situación de personas y familias ubicados en los estratos medios y bajos de nuestra estructura social, generándose un enorme movimiento de heterogenización de la situación que probablemente den forma a la aparición de “una nueva pobreza” en la que los afectados, provenientes de contextos ocupacionales y culturales distintos a los de los “pobres históricos o estructurales”, viven consecuencias materiales, sociales y psicológicas diferentes.
La situación laboral actual de nuestro país plantea la necesidad de problematizar la situación de una población que es cualitativamente distinta de la población históricamente pobre. En este sentido, la pobreza ya no sólo puede leerse de manera tradicional y únicamente asociado a lo económico, lo cual, si bien es una dimensión relevante, no es capaz de sintetizar todos los componentes del proceso de empobrecimiento de la población. Por esto, más allá de la falta de acceso a bienes y servicios o la carencia de productos elementales para la sobrevivencia humana, el empobrecimiento de la población tiene efectos emocionales y relacionales de importancia que complejizan aún más dicha situación, y a la vez hace más incierta la efectividad de las soluciones entregadas por parte del Estado y de la sociedad civil.
En este marco, se hace posible entender como diferentes fracciones de las clases medias y trabajadoras pauperizadas en el país tendrán que ajustarse a la experiencia del empobrecimiento, ya no para ascender socialmente, sino más bien para no seguir descendiendo y amortiguar los efectos de su declinamiento social.