Por Carlos Guajardo
Docente Facultad de Educación, Universidad Central
Tras la entrega de los resultados de la Prueba de Selección Universitaria (PSU), y con ello el inicio de las postulaciones a las universidades del CRUCH y las adscritas al Sistema Único de Admisión (SUA), muchos jóvenes los recibieron como un ‘regalo’ de navidad positivo, pero quizás para otros pudo ser uno jamás deseado.
Lo que sí es lamentable, es que se vuelve a repetir lo que año tras año ocurre, donde los mejores puntajes son obtenidos por estudiantes que poseen una situación socioeconómica más favorable, frente a los cuales no han tenido la oportunidad de pertenecer a una familia o un sector donde se brinden oportunidades educacionales de calidad. Es probable que los colegios, donde concurren estos jóvenes hagan todos los esfuerzos porque sus alumnos/as puedan salir adelante, pero aun así, hay factores como: el nivel de escolaridad de los padres y ambientes socioculturales que generan una disparidad en relación a aquellos estudiantes que sí han crecido con el apoyo familiar y social desde niños.
Desde esta perspectiva es necesario repensar, no solo los instrumentos de evaluación con los cuales son medidos los estudiantes en Chile (SIMCE y PSU), sino que, reconocer que tales instancias evaluativas generan en los individuos efectos personales, tales como: depresión, estados de ansiedad, baja autoestima e incluso abandono por continuar una carrera universitaria. Si cada año somos testigos de este escenario con los resultados de la PSU ¿por qué no se consideran las tantas recomendaciones que han generado expertos nacionales e internacionales en cuanto a la PSU? ¿Seguiremos esperando que los resultados cuantitativos opaquen la necesidad de que un estudiante curse una carrera universitaria a partir de otros méritos académicos? Muchas experiencias universitarias, señalan que el resultado que pudo haber tenido un estudiante en la PSU, no es sinónimo de que tendrá un mal desempeño en el transcurso de la carrera, por el contrario, muchos suelen terminar satisfactoriamente y continúan perfeccionándose durante el tiempo.
Es tiempo de escuchar a los expertos, estudiantes, colegios y universidades frente a la serie de cuestionamientos que genera esta prueba. No puede ser que un instrumento estandarizado, termine siendo un insumo que segmenta colegios particulares de municipales, clasifica si a los hombres les va mejor que las mujeres – o viceversa –, si provienen de un sector socioeconómico favorecido o desfavorecido.
Por ahora, nos queda seguir esperando a que los sistemas de evaluación, como la PSU, no sigan arrojando antecedentes vinculados con la segmentación, sin velar por otros aspectos sustanciales en los jóvenes de nuestro país, tales como sus habilidades, actitudes y entusiasmo por ejercer una carrera que contribuya al progreso profesional de la nación.