Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)
“La mente representa un proceso relacional dentro del cuerpo que regula el fluir de la energía y de la información a través de todo nuestro organismo” (Dr. Daniel Siegel, profesor de psiquiatría de la Universidad de California, USA)
Para poder entender de manera correcta la pregunta planteada en el título de este artículo, hay que partir señalando que mente y cerebro no son lo mismo. La mente, tal como expliqué en otro artículo –“Cerebro y mente: dos cosas extraordinarias, pero… diferentes”–, correspondería a nuestro centro ejecutivo y decisional (o software) –responsable de nuestros pensamientos, emociones y sentimientos–, en tanto que el cerebro correspondería al sistema operativo (o hardware) que permite que dichos pensamientos y decisiones se pongan “en marcha”, y que mente y cerebro funcionen como una unidad integrada.
Ahora bien, de acuerdo con diversas investigaciones, nuestro cerebro cuenta con alrededor de cien mil millones de neuronas, donde cada una de ellas puede tener, a su vez, miles de dendritas –o ramificaciones– que reciben información proveniente del axón de otra neurona. Por estas dendritas viaja la información –como si fueran carreteras de alta velocidad– hacia otras neuronas, dando origen a una suerte de “mapa” cerebral. Estos mapas son creados por intermedio de un proceso cerebral, el cual realiza millones de nuevas conexiones y asociaciones cada segundo entre diferentes áreas del cerebro.
A lo anterior, se suma la llamada “neuroplasticidad dirigida” que le entrega a la persona una poderosa herramienta que le permite recablear su cerebro, es decir, le permite cambiar. Esto se logra a través de las expectativas que el sujeto se haga, a qué y cómo le presta atención, las experiencias de vida que haga, así como del “poder” que tenga la persona para vetar ciertos pensamientos invasivos y emociones de carácter negativo del cerebro. Para lograr este objetivo, se requiere, eso sí, de un fuerte nivel de compromiso personal, trabajo duro, disciplina, fuerza de voluntad y dedicación sobre aquello que la persona desea cambiar.
Si bien, este dato ya constituye algo realmente extraordinario, un aspecto tan llamativo de nuestro órgano cerebral como el anterior, es que cuando un determinado “individuo A” quiere ayudar a otro “individuo B” a resolver un problema personal de “B”, el Dr. Estanislao Bachrach nos indica, que de manera inconsciente se asume que el cerebro del “sujeto B” funciona como el propio cerebro, entonces lo que hace el individuo “A” es meter el problema de “B” en su propio cerebro, “viendo” –y analizando– las solucioneses que puede encontrar para resolver el problema, para terminar diciéndole a la otra persona qué es lo que tiene que hacer, convencido de que “la alternativa” que seleccionó el sujeto “A” es la solución correcta para el “sujeto B”, lo cual, naturalmente, puede ser completamente falso.
Ahora bien, la razón para que uno piense y proceda de esta forma, es muy simple: es raro encontrar a una persona que quiera ayudar a otra, que parta del supuesto que ambos cerebros NO sean iguales, lo cual, constituye un craso error, por cuanto, las dos personas podrán ser del mismo sexo, tener la misma edad y profesión y, sin embargo, el cúmulo de experiencias de vida de cada uno de los sujetos ser completamente distinto, lo que conduce a que ambas personas –puestas frente los mismos estímulos– respondan de manera diametralmente opuesta en cada circunstancia.
Por otra parte, si una idea nos atrae y nos gusta, buscaremos de manera desesperada indicios y argumentos que sostengan dicha idea, lo que nos lleva a convertir tenues asociaciones y leves indicios en hechos evidentes. Por el contrario, si la idea nos molesta y nos disgusta, encontraremos rápidamente evidencias en contra de la idea misma, y aún cuando ciertas características de la idea sean claras, concretas y hablen por sí mismas, las descartaremos por “irrelevantes”.
Es por ello, que si la persona piensa que el mundo es un lugar peligroso, el cerebro buscará las evidencias necesarias que así lo demuestren y… las encontrará. Igualmente, si el sujeto piensa que la gente está hablando mal de él a sus espaldas, la persona encontrará en su entorno las pruebas necesarias de que eso está ocurriendo. De ahí que se diga, que “sea cual sea el filtro que uno tiene en su mente, el cerebro encontrará evidencia para confirmar ese filtro”. En función de lo anterior, uno podría decir con mucha razón, que “no eres tú, es tu cerebroel que te lleva por ese camino”.
La ciencia ha demostrado que cada persona tiene su propia “herencia genética” a partir de la cual, da inicio a su vida, disponiendo de diferentes rasgos y cualidades personales. Sin embargo, hoy está meridianamente claro que las experiencias y los esfuerzos personales que cada sujeto haga, resultan ser claves para generar un cambio interno y determinar quiénes y cómo seremos en el futuro cada uno de nosotros en la vida. No se trata aquí de una habilidad o condición que haya sido previamente fijada en nuestro ser interno, sino de un compromiso personal con un claro propósito y con un sentido único para cada ser humano en particular. Entre los muchos escritos de Alejandro Jodorowsky, hay una frase de este escritor que señala que “si a un huevo lo rompe una fuerza externa, se acaba la vida. Si lo rompe una fuerza interna, comienza la vida”, es decir, la persona es capaz de cambiar desde su interior.
De ahí que se diga –para bien o para mal– que cada ser humano –a través de su capacidad de reflexión y aprendizaje– se convierte en el arquitecto de su propio destino. En este sentido, mucha razón habría que darle al sociólogo Benjamín Barber cuando afirma que él “no divide al mundo en débiles y fuertes, exitosos y perdedores, sino en los que aprenden y aquellos que no aprenden”.
Llegados a este punto, bien vale la pena recordar una frase histórica del pensador y filósofo chino, Confucio, quién decía que “tratar de enseñar a una persona que no está dispuesta a aprender, es malgastar el tiempo, el esfuerzo y las palabras”.
Por lo tanto, a partir de lo que se ha planteado en este texto, toda persona debe aprender, comprender –y también aceptar– que aún cuando el fracaso pueda ser algo doloroso en este largo proceso de aprendizaje hacia lo que queremos ser, dicho fracaso no define a la persona ni tiene por qué razón estresarlo y “marcarlo” para toda la vida, ya que al fracaso –al error, a la mala decisión, etc.– hay que verlo como un problema que la persona tiene que enfrentar, solucionar y aprender de él, simplemente. De otra forma, es altamente factible, que el sujeto nunca quiera salir de su zona de confort o, lo que es peor, la mente de este sujeto opte por no indagar, no profundizar, no analizar, no cuestionar lo que está viviendo y experimentando, y se quede “empantanado” en pensamientos, ideas y asociaciones vagas que, de verdaderos, no tienen absolutamente nada.
En función de lo anterior, tenga entonces presente, que la mente –o centro ejecutivo– es el que debe tener el control y el manejo de las ideas, los pensamientos, sentimientos y emociones, y está en condiciones de modificar al cerebro, con la finalidad de realizar los cambios necesarios para que la persona escoja el propio sendero que, finalmente, desea recorrer.