Por Hugo Pérez White
En las llamadas cumbres internacionales de las cuales las más importantes han sido las de Kioto y Copenhague y París todos los presidentes de los países que asistieron a estos encuentros de alto nivel de representatividad se comprometieron a realizar serios esfuerzos para eliminar gradualmente las emisiones de gases tóxicos que están dañando el medio ambiente y provocando el calentamiento global de la tierra cuyos efectos negativos ya se están viendo en todas las latitudes.
Qué triste será para los niños y jóvenes de hoy, cuando ya sean adultos y sus hijos se encuentren imposibilitados de ver los paisajes maravillosos que embellecen nuestro entorno y solamente puedan verlos impresos en los textos escolares y comprenderán entonces que alguna vez estos parajes hicieron felices a sus padres y no podrán verificar, ver, oler y apreciar en toda su magnitud las bellezas que actualmente existen en los hielos de la laguna San Rafael, el magnetismo de las capillas de mármol en el lago General Carrera, la majestuosidad de los picachos de Cerro Castillo y la pureza de las aguas del río Baker en la región de Aisén, el majestuoso lago Llanquihue en la región de Los Lagos con sus volcanes de fondo y otros hermosos lugares como la portada de Antofagasta, los géiseres del Tatio en el norte o los moais en Isla de Pascua, sin desmerecer las maravillas que cada región posee y que deben perpetuarse como herencia cultural.
Razón tienen los pascuenses cuando levantan sus voces de protesta ante la destrucción de su entorno natural y razón tienen los que se oponen a la construcción de las represas hidroeléctricas en Aysén, porque han vivido toda su vida corriendo en esos campos verdosos del invierno donde los animales no se espantan con la presencia del hombre y podemos apreciar a pasivas ovejas unidas en sus rebaños, los vacunos alimentándose con toda la tranquilidad que el tiempo les depara o porque el hombre hace un aro en su camino para tomar sus mates amargos acompañados de la luna que anuncia el atardecer, ofreciéndonos dos posibilidades que la Patagonia nos presenta a diario.
Entonces nos preguntamos si esta gente que no sabe de los ruidos infernales que azotan los oídos en las grandes ciudades, del esmog que dificulta la visión ocular, que destruye el olfato que no nos permite apreciar el rico olor de las cazuelas con choclos, papas y zapallo, y vivir apretujado en las calles a merced de los impulsivos conductores de vehículos, de los lanzazos que se producen en las calles abarrotadas de gente donde nadie, puede siquiera concebir los cambios que iban a experimentar las vidas de estos ciudadanos en la lejana región de Aisén al lado de estas represas que se pensaba construir y cómo les iban a impedir gozar de la naturaleza indómita que Dios le dio en esos lugares benditos, donde aún la mano del hombre no ha llegado a destruir lo que tanto ha costado mantener.
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