Por Carlos Guajardo
Académico de la Facultad de Educación, U.Central
Estos últimos años, Chile ha experimentado una importante expansión en cuanto a la llegada de extranjeros; nuestro país está siendo habitado por un gran número de ciudadanos de origen peruano, colombiano, haitiano, boliviano y venezolano. En un principio, para los chilenos era sinónimo de desconfianza el que personas de otros países llegasen a “invadir” nuestro espacio territorial, porque supuestamente nos quitarían el campo laboral existente. Sin embargo, con el correr del tiempo, la presencia de los extranjeros ha comenzado a hacerse parte de nuestra cultura nacional.
Un país que tiene la oportunidad de acoger a personas de otras naciones, enriquece su desarrollo educacional y cultural, puesto que permiten espacios para conocer perspectivas diversas en cuanto a la manera en cómo pensamos y cómo nos comportamos al convivir en sociedad. En el caso de los colegios y escuelas, ¿se aprovecha esta riqueza cultural al interior de las salas de clases? Es probable que poco a poco los profesores de Chile, han debido adaptar sus actividades curriculares. Un docente que imparte cierta asignatura en la educación preescolar, básica y media, por responsabilidad de la profesión, tiene el deber de enseñar y contextualizar sus clases a la diversidad de estudiantes que hoy existen en la escuela.
Quienes ejercemos la docencia, sabemos que el currículo está representado por las distintas experiencias culturales sobre las cuales se sitúa un país. Esto conlleva a que nuestras planificaciones de aulas, independiente del nivel escolar que sea, deben ser capaces de adaptarse a la realidad sobre la cual se propician las acciones de enseñanza – aprendizaje. Por ejemplo, si trabajamos en un establecimiento donde se encuentran estudiantes de otra nacionalidad, tenemos la posibilidad de diseñar actividades interdisciplinares, potenciando el debate, el pensamiento crítico, el respeto, el conocimiento de otras culturas y la participación de padres y apoderados que sin duda podrán contribuir a un aprendizaje mucho más integrado.
El poder contar con niños y jóvenes de países hermanos, nos permite trabajar desde espacios inclusivos. Es una ocasión para que los profesores, permitan que los niños nos den a conocer la esencia de su cultura, a través de sus comidas típicas, bailes característicos y lenguaje materno.
Es momento para que los chilenos nos ‘abramos’ a nuevas formas de pensar. Por mucho tiempo hemos estados encasillados en nuestra propia idiosincrasia. Aprovechemos la presencia de nuestros amigos, compañeros de trabajo, estudiantes que han llegado de otras localidades de Latinoamérica y el mundo entero para enriquecernos mutuamente, y que la estrofa: “Y verás cómo quieren en Chile, al amigo cuando es forastero”, siga siendo motivo de cordialidad y aceptación de parte de los chilenos.