Por Alicia Gariazzo
Por mucha razón que hayan tenido las grandes mayorías al levantarse contra regímenes injustos, después de las experiencias mundiales es difícil concluir que la violencia es la partera de una sociedad nueva, diferente, solidaria y donde prime el amor. Es claro que los que han ejercido la violencia, aún con razón, se enamoran de esta y les es muy difícil cambiar. Estas conclusiones nos dejan en una encrucijada. Nos llevan a preguntarnos cómo los más vulnerables podremos defendernos, liberarnos de la opresión, del ejercicio cruel del poder, para construir una sociedad justa y sin clases.
Además, el éxito de cualquier lucha, por más elemental que parezca, se está haciendo cada vez más difícil, porque el enemigo es poderoso, dueño de todo, de las armas, del agua, de todos los medios, especialmente de comunicación, de la prensa y, por tanto, de la verdad absoluta.
En Chile esto es claro en el momento actual. El modelo neoliberal implantado con sangre y fuego, destruyó hasta los más mínimos vestigios de humanidad y los dueños del régimen cumplieron todos sus objetivos, menos la felicidad de los chilenos y la estabilidad del sistema de dominación. Un sistema inestable, no por la organización y lucha de los vulnerables, sino porque el descontento y el odio se intensifican cada día.
En los momentos actuales, se hace más claro aún que la inestabilidad del sistema no tiene punto de retorno. Especialmente, por la masiva disminución de puestos de trabajo que nos afecta en forma creciente. Aunque no se hable de esto, la revolución tecnológica o la Cuarta Revolución Industrial cada vez reemplaza más mano de obra por máquinas, hace a los trabajadores del país más prescindibles, ya que se usa la mano de obra casi esclava de países del Asia y África y, lo único que aumenta, exponencialmente, son las riquezas impúdicas de un 5% de la población. El 1% del país tiene el 33% de los ingresos chilenos. Es el país más concentrado del mundo, más que EEUU, todos los de Europa, Australia.
En este panorama desolador, aparecen los escritos de Jeremy Rifkin, economista que se ha concentrado en buscar los desenlaces positivos de las nuevas tecnologías, que en sí mismas son maravillosas. El economista vaticina que, necesariamente, tendrá que surgir de ello una economía colaborativa. A mi juicio también se requeriría, y ello ya está ocurriendo en Chile, o debería ocurrir, una sociedad colaborativa y solidaria para compensar la debacle que se avecina.
Para ello, en su libro “La Sociedad de Coste Marginal Cero”, desarrolla todos los adelantos colaborativos que el Internet de las Cosas ha hecho posible y otras formas que la Revolución Tecnológica ha traído consigo.
Por ejemplo, el UBER, o la plataforma online que pone a los propietarios de un auto en contacto con viajeros para realizar juntos un trayecto de larga distancia y compartir gastos, lo que ya alcanza diez millones de usuarios en Europa, o las cooperativas de energía renovable que, según Rifkin, en Alemania producen casi el 27% de la energía eléctrica, controlando casi todo el mercado de energía verde, donde las grandes eléctricas como EON solo generan un 7% del total. O de empresas, o servicios de redes de alojamiento, como AIRBNB, en la que se intercambian entre países casas de alojamiento en vacaciones. Todo cada vez a menores precios. A veces, a ninguno.
Otros de los pilares de este nuevo paradigma económico es la energía verde, señala Rifkin. Lo es por diversos motivos: porque limita los efectos del cambio climático, porque tiene un coste marginal cero, ya que el sol y el viento no envían facturas.
Casualmente, hace unos días, Marc Palahí, director del Instituto Forestal Europeo, también hablaba del cambio climático y su relación con la economía en una entrevista publicada en La Vanguardia. En esta se mostraba tajante: si no se ataca el cambio climático, las economías se hundirán.
Aunque su solución no iba por la economía colaborativa, porque Palahí propone la implantación de la bioeconomía, para alcanzar un desarrollo socioeconómico sostenible, a través del uso eficiente de los recursos naturales. Sin embargo, la economía colaborativa también puede ayudar al medio ambiente pues potencia el reciclaje, la reutilización y un mayor aprovechamiento de recursos.
Lo que es imprescindible, y eso ya se ve en Chile, es la necesidad de ejercer la solidaridad a nivel comunal. Solidaridad entre desempleados que pueden compartir el cuidado de niños, ancianos o enfermos. Rifkin, en su libro se refiere a esto al poner como ejemplo de colectivismo a la Edad Media: “La agricultura feudal presentaba una estructura comunal. Los campesinos unían sus parcelas en pastos y campos comunes que cultivaban entre todos. El procomún se convirtió en el primer ejercicio de toma de decisiones democrática de Europa”. La sociedad actual se ha alejado inmensamente de todo ello.
Sin embargo, como lo expone Rifkin, dentro de poco, el Internet de las cosas creará productores en sus casas sin costo. Los niños de dentro de diez años utilizarán impresoras 3D y se convertirán en, lo que él llama, “prosumidores”, gente que produce y consume sus propias cosas, poniendo en peligro las viejas industrias manufactureras. “En Chicago se acaba de imprimir el primer coche. Se llama Strati y solo el chasis se ha hecho de manera convencional”, dice. Las casas estarán conectadas a redes y sensores inteligentes que darán todo tipo de información sobre consumo, temperatura, etc. Según Rifkin, se calcula que habrá 100.000 millones de sensores en 2020. Muchos de ellos estarán conectados a autopistas inteligentes, donde habrá que recargar los coches eléctricos. O a redes de información pública donde se dará cuenta de los gastos presupuestarios y las cuentas de nuestras instituciones. Será una era de gran transparencia dominada por lo que Rifkin llama el “Internet de las cosas”. Y todo se alimentará con energía verde. “El watio solar costaba entre 65-70 dólares en los años 70. Ahora cuesta 60 céntimos. El sol, el viento y la energía geotérmica no pasan factura”.
Ello será creciente, especialmente en Europa debido a varios hechos. La UE se ha comprometido a que el 20% de su energía sea renovable a partir del 2020. Las energías renovables se encuentran en todas partes: en el sol, el viento, las olas, incluso en la basura. Tenemos suficiente energía limpia como para proveer a la raza humana hasta el final de la historia. El problema del almacenamiento se está superando en Europa en los mismos edificios. El objetivo es conseguir que cada edificio en Europa y España se convierta en una pequeña planta de energía verde que lo haga autónomo para que no necesite ninguna energía extra. Si se logra un almacenaje óptimo se aprovecha al máximo la energía.
La energía limpia almacenada en los edificios podrá ser redirigida y vendida por todo el mundo a través de un software instalado en nuestras casas igual al que ahora usamos para compartir y almacenar información en Internet. Por último, se desarrollará el transporte verde y los autos eléctricos se podrán recargar en las pequeñas plantas de energía instaladas en los edificios.
Estas propuestas crearán nuevos puestos de trabajo que compensarán las pérdidas que se están produciendo en la actual estructura productiva.
En suma, lo más importante que se debe hacer en el mundo, y especialmente en nuestro país donde nada se discute abiertamente, es explicar lo que ocurre con las nuevas tecnologías, elaborar formas de compensar el desempleo que se desarrollará crecientemente, proteger a los más vulnerables y, aunque no les guste a los dueños de Chile, cobrar impuestos al uso de robots y drones, de manera de compartir las ganancias que ofrecen las nuevas tecnologías.
Planificar la educación según las nuevas necesidades de la economía y organizar formas de uso del tiempo libre. Desde las bases, sin esperar que todo venga del estado, debemos organizarnos e impulsar la ayuda mutua.