Rodrigo Venegas, psicólogo y académico Facultad de Psicología, U. San Sebastián
La actual pandemia de Covid-19 ha traído alteraciones en las diferentes actividades humanas y sufrimiento a un número significativo de compatriotas y personas de todo el mundo. En muchos lugares se ha decretado un confinamiento en sus residencias como un modo de gestionar el contagio y “aplanar la curva”, como se ha llamado coloquialmente.
Dentro de los aspectos que se han ido constatando como resultado de este confinamiento, está la preocupación por la violencia en los hogares.
Alemania, China y Francia, entre otros países, además de la ONU, han alertado sobre el aumento del maltrato hacia mujeres y niños/as, violencia de género o violencia intrafamiliar, como consecuencia de las medidas de mitigación de la curva de crecimiento del virus.
Las causas de este nuevo factor de riesgo de violencia han sido explicadas como multidimensionales. Entre los factores considerados podemos mencionar: los elevados niveles de estrés y ansiedad ante la cuarentena, sea por las preocupaciones de pérdida de fuente laboral o salud de personas queridas; la alta densidad ocupacional en casas o departamentos pequeños; contaminación acústica y consumo excesivo de alcohol o drogas para manejo de la ansiedad, entre otras.
Lo cierto es que tan solo en este período las llamadas al fono violencia contra la mujer han subido un 70% en Chile. No hay datos claros sobre otros tipos de violencia como la psicológica, económica y sexual, como tampoco respecto de la violencia hacia niños y niñas que en muchos casos son los receptores mudos de las frustraciones y agresiones de los padres.
Así entonces, tal como se debe ser pro activo en el manejo de la actual pandemia, también se debe considerar los importantes efectos que estas acciones ejercen sobre la salud mental y física de las personas y familias, y realizar políticas públicas que mitiguen, prevengan e intervengan frente una grave vulneración de derechos.
¿Qué alternativa tenemos? Generar un programa de manejo de estrés y ansiedad por diferentes vías de comunicación: redes sociales, televisión, radio, etc., ampliar la capacidad de respuesta de servicios de ayuda temprana y atención, generar medios creativos de denunciar sin que implique una llamada telefónica fácilmente detectable (líneas 800, redes sociales, palabras seguras, entre otras) propender a un mayor apoyo de las instituciones y empatía de quienes trabajan en ellas (por ejemplo, colegios y docentes y la carga de actividades de los niños/as), son algunas medidas de rápida implementación.